Aquel día comenzó cuando sonó mi despertador y en la anotación leí: entrevista Paola Suárez. ¡Wow! Tenía que ir hasta Vicente López y encontrarme con una de las referentes del tenis femenino a las 10:30. No había hecho demasiadas notas hasta ese día, y mucho menos a alguien tan reconocido como ella.
Me vestí y desayuné poco. Mis nervios o mi ansiedad no me dejaron alimentarme demasiado. Luego emprendí mi viaje desde Palermo. Tomé el colectivo de la linea 59 y me relajé en el aciento. Mientras tanto iba pensando que preguntas iba a hacerle, debía tratar el amplio y polémico tema de la escasez de tenistas femeninas.
Entre pregunta y pregunta me acordé que había sido muy buena onda cuando la llamé para combinar la cita, eso me dejó más tranquilo. Me trató desde un lado muy humilde y eso me hizo sentir cómodo.
Las calles en las que debía bajar no aparecían, y ya hacía rato que estaba sentado en el transporte. Decidí bajarme. Algo me dijo que tenía que hacerlo ahí.
Pareció que tenía la percepción de lado, porque me bajé justo a tres cuadras del Campo de Deportes Nº1, en el que me esperaba Paola.
Desde afuera observé por el alambrado tratando de ubicarla. Vi muchos chicos jugando, dos hombres y una mujer, pero no parecía ella.
Pasé la puerta de entrada, me anuncié y les conté que me esperaban. Amablemente me dejaron ingresar y seguí el camino que me indicaron. A medida que me acercaba a las canchas de tenis veía más cantidad de chiquitos, correteando, con sus raquetas y pelotas en la mano, y una cosa más, una enorme sonrisa.
Mis nervios se fueron por completo. La felicidad les invadía toda la carita, esos chicos estaban plenos, divirtiéndose sanamente y lejos de los peligros que pueden tener esos niños carenciados. Que seguramente no tienen la posibilidad de practicar un deporte como el tenis por su costo.
En eso se acercó una mujer, bajita y de cabello oscuro. Tardé en darme cuenta pero era ella, al fin. Aquella que había visto detrás de las rejas era ella. La verdad que es diferente a la que yo conocía por foto o televisión. La vi mucho más flaca, tenía la impresión de que era mucho más morruda. Pero en fin ya estaba frente a mi entrevistada.
Me saludó cordialmente y me invitó a ver jugar un ratito a los chicos para luego hacer lo que teníamos planeado.
A los 10 minutos dieron por finalizada la actividad del día y cada chico recogió las pelotitas desparramandas por el campo. Las guardaron en un changuito y se dirigieron al comedor para tomar un rico desayuno. Siempre, con una sonrisa.
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